La revista digital ctxt acaba de publicar una entrevista de Esther Peñas a Amelia Gamoneda centrada en los procesos de generación de ideas súbitas, tales como el eureka, la epifanía o la serendipia. Esta cuestión ha sido extensamente tratada en el volumen Idea súbita. Ensayos sobre epifanía creativa, que Gamoneda ha coordinado junto a Francisco González y en el que han participado un buen número de miembros del grupo ILICIA.
Esther Peñas: El hecho de abordar “la idea súbita” desde postulados incluso científicos, ¿no le resta fascinación o encanto?
Amelia Gamoneda: Idea súbita es el nombre bajo el que presentamos esos fenómenos conocidos como eureka, epifanía, serendipia o incluso iluminación. Todos ellos tienen en sí capacidad de fascinación, sobre todo para quien lo experimenta en su propia mente. Ello sucede porque la idea súbita suele llegar –tanto en arte como en ciencia– sin aparente esfuerzo, sin que el sujeto tenga sensación de trabajo de reflexión que desemboque en resultados. Lo que sucede es que no hay trabajo consciente, aunque sí inconsciente. Pero al ser inconsciente, no es un trabajo de orden racional, y la idea súbita se presenta como surgida de la nada si consideramos que una idea ha de ser siempre resultado de un trabajo consciente racional. Sin embargo, lo específico de la idea súbita es precisamente ocultar a la conciencia el trayecto de su advenimiento. Desde este punto de vista, señalar que hay un trabajo inconsciente previo puede considerarse un desencantamiento, si se quiere, pero no es mayor que el que trata de desentrañar neurológicamente cualquier otra producción mental. De todos modos, estamos muy lejos todavía de sufrir ese tipo de desencantamientos. Porque el misterio mayor es cómo un sustrato neurobiológico puede desembocar en pensamiento –de cualquier clase que este sea, tanto el más genial como el más banal–. El paso de lo sensible a lo inteligible es la pregunta que, desde siempre, fascina tanto a científicos como a artistas. Las incipientes respuestas que ofrece hoy la neurobiología no desencantan, sino que reencantan. Pero quizá moviendo el encantamiento de lugar: ya no se trata de creer en espíritus iluminadores o en prodigios de revelación, sino en experimentar el asombro frente a la complejidad desconocida de nuestra propia mente.