- Autores
- Amelia Gamoneda
- Palabras clave
- neurona de la abuela, plasticidad neuronal, universales lingüísticos, lenguaje poético, metáfora
4 noviembre, 2012
Cita
Algunos estudios realizados con modernas técnicas de imagen han demostrado que en el hemisferio izquierdo existen regiones diferentes para el proceso de palabras que se refieren a cosas distintas, como animales, personas o instrumentos. Se han registrado unas quince o veinte categorías diferentes, como resultado de estudios basados en lesiones a lo largo de la corteza occipital y temporal. Entre las categorías están las plantas, los animales, las partes del cuerpo, los colores, los números, las letras, los nombres comunes, los verbos, los nombres propios, las caras, las expresiones faciales, y las categorías referentes a alimentos como frutas y vegetales.
Así, existen pacientes que son capaces de nombrar seres vivientes y objetos, pero no animales.
Francisco J. Rubia: ¿Qué sabes de tu cerebro?, Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 2006, pp. 30-31
¿Cómo es posible que una neurona única responda a una imagen entre mil? ¿Hay que suponer que existen, en cada uno de nuestros cerebros, millones de neuronas ultra-especializadas? Se podría incluso encontrar en mi cerebro una “neurona abuela” que respondiera sólo a la visión de mi antepasada, tal y como había propuesto con un toque de ironía el fisiólogo Horacio Barlow?
En un plano estrictamente empírico, y por muy sorprendente que parezca, la respuesta es positiva.
Stanislas Dehaene: Les neurones de la lecture, Odile Jacob, Paris, 2007, p. 178.
Glosa
Como Dehaene reconoce en las líneas que siguen a su cita, la especificidad de la respuesta neuronal a la que se refiere no supone afirmar que sólo existe una neurona que reconozca a nuestra abuela (Lettvin). Es toda una población de neuronas en red la que colectivamente lo hace, lo cual no deja de ser igualmente sorprendente. En todo caso, parece demostrado que el cerebro recompone un puzzle de manchas de luz que la retina le sirve como imagen de nuestra abuela, y parece demostrado también que hay una población neuronal que solamente sabe hacer esta operación, y que no responde cuando aparece otra abuela que no es la nuestra.
Al intentar clasificar los resultados producidos por las regiones cerebrales que se especializan en este tipo de respuestas, aparecen pintorescos inventarios; si Francisco Rubia anota una serie de categorías en las que se mezclan referentes visuales (los rostros, las expresiones faciales) con palabras cuyo referente pertenece a un determinado campo semántico (los nombres de animales, por ejemplo) o que indican conceptualizaciones lingüísticas (nombres comunes, verbos), la lista se vuelve ya definitiva y borgianamente ingobernable cuando, por ejemplo, Dehaene habla de la neurona de un paciente epiléptico que sólo responde a la vista de una foto, una caricatura o el nombre impreso de Jennifer Aniston. Se diría que –por una parte– estas neuronas descargan en función del referente representado en última instancia, con independencia del soporte (visual o lingüístico) que lo exprese; por otra parte, sin embargo, se diría que las neuronas disciernen entre contenidos lingüísticos y contenidos metalingüísticos.
La existencia de determinadas regiones cerebrales especializadas en el reconocimiento de categorías de palabras indica la capacidad de modulación –o de creación– que sobre las primeras ejercen las segundas. Tal plasticidad neuronal hace sospechar que podemos adiestrar nuestro cerebro en el reconocimiento de infinitesimales diferencias y matices y que es la repetición la que parece determinar la existencia de esas regiones especializadas en el reconocimiento de categorías. Si la heterogeneidad de las categorías sugiere que –al menos para algunas de las categorías referidas– el cerebro clasifica de entrada sus aprendizajes, cabría preguntarse hasta qué nivel de complejidad sería capaz de responder unitaria y exclusivamente una población de neuronas: ¿lo haría, por ejemplo, frente a una estructura sintáctica de condicional?
Pudiera ser que el reconocimiento especializado de esas neuronas sólo operara sobre la unidad léxica y la unidad visual (y en particular, sobre los contenidos que, presentándose como unidad visual, pueden ser enunciados por una unidad léxica). Pero esta acotación ofrece flaquezas de definición conceptual, refrendadas por el hecho de que ciertas categorías de entre las evocadas se presentan como resultado de un proceso analítico de otras: por ejemplo, las expresiones faciales respecto de los rostros; o la categoría de los animales respecto de la de los nombres comunes. Sin embargo, ante esto, tal vez sería conveniente recordar que el cerebro –a la hora de tomar decisiones, por ejemplo– no procede de modo exhaustivamente analítico pasando revista computacionalmente a todas las opciones que se le ofrecen, sino que funciona de modo holístico, integrando selectivamente e inconscientemente (Damasio) procesos de evaluación. En suma, la “neurona abuela” reconocería a la abuela intuitivamente, y no analizando los rasgos de su rostro.
La heterogeneidad entre las categorías señaladas por Rubia reside también en la diferencia de ámbitos de reconocimiento en los que se encuentran inscritas. La “neurona de la abuela” –tan eficaz en reconocer a mi abuela y no a otras– no puede responder más que a un conocimiento de ámbito privado, vinculado al aprendizaje y a las emociones. Sin embargo, las neuronas que responden solamente a la categoría de las partes del cuerpo señalada por Rubia parecen saber mucho de universales lingüísticos (Greenberg), y seguramente, en los hablantes de las lenguas que tienen un término para el brazo pero no para la pierna, hay una neurona que descarga al ver un brazo, pero no hay neurona ninguna que descargue al ver una pierna. Por su parte, a la categoría de los verbos, por ejemplo, podría asociársele alguna sabiduría derivada de la teoría de principios y parámetros (Chomsky). Sabidurías que, en todo caso, funcionan a espaldas de cualquier conciencia de ejercicio lógico.
Las poblaciones neuronales implicadas en este tipo de reconocimiento parecen pues recibir –alternativa y quizá también simultáneamente– la impronta de la naturaleza y la de la cultura; se diría que pueden pertenecer tanto a lo epigenético como a lo ontogenético. Desde la cultura, el uso poético del lenguaje pudiera tener un efecto particularmente perturbador en la respuesta de este tipo de neuronas, y cabría preguntarse, por ejemplo, qué le ocurre a la neurona que reconoce una palabra de la categoría de las plantas cuando ésta está empleada en sentido metafórico. La neurociencia nos dirá algún día si la comprensión metafórica pone o no en intermitencia de respuesta a esta neurona, si la interconecta con otras poblaciones neuronales, o si –como quizá pudiera ocurrir en el caso de las “metáforas cotidianas” (Lakoff y Johnson) o en el de las “metáforas muertas o zombis” (Lizcano)– se inactiva definitivamente.